VIOLENCIA INTRAFAMILIAR Y SUS CONSECUENCIAS EN NIÑOS, NIÑAS Y ADOLESCENTES. POR LAURA BATALLA.


Decía León Felipe: “Yo no sé muchas cosas, es verdad, digo tan solo lo que he visto”. Así, puedo afirmar que lo que voy a exponer proviene casi en su totalidad de mi propia experiencia en consulta, de las palabras que he oído, de los sufrimientos que he ayudado humildemente a mitigar.

No soy estadística, no soy jurista. Sí tengo una vasta experiencia en la consulta con adolescentes, y con sus familias. Y decía mi maestro Díaz Usandivaras: “¿Es posible caminar con una sola pierna? Sí, sin duda. Pero es mucho mejor con dos”.

En todo este tiempo, me he encontrado con innumerables casos de chicos y chicas que provienen de hogares donde no están los dos progenitores. A las edades que llegan a mi consulta, casi el cincuenta por ciento de los pacientes se encuentran en esta situación. Ninguno está feliz por ello, pero no todos presentan patología.

Por otra parte, vemos adolescentes que sí la presentan y que viven en un hogar de los que llamamos nuclear. Los problemas de conducta, los conflictos y aún las enfermedades somáticas, no se relacionan con la existencia de uno o dos progenitores en la casa, sino que tienen que ver con que estén presente, con la forma como interactúan, entre sí y con los hijos, estén juntos o separados. Por eso es tan importante, cuando se produce la separación de los progenitores, que esta separación tenga lugar a nivel conyugal, pero no a nivel parental.

¿Por qué hacemos tanto hincapié en esto?

Porque un niño o adolescente no está preparado neuropsicológicamente, para procesar un conflicto adulto. Ya bastante tiene con procesar su propio conflicto, de que se haya roto una utopía con la que todos nos identificamos: tener a nuestros padres vivos, sanos y juntos. ¿O no? ¿No es verdad que todos nosotros deseábamos que eso pasara? Los padres cumplen dos roles fundamentales: nutricio y normativo.

Cuando se separan muchas veces abandonan ambos padres, ambos roles. El rol nutricio porque están encerrados en su propio dolor, su decepción, la sensación de fracaso que inevitablemente conlleva la finalización de una relación afectiva. Si sienten que el hijo “toma partido” por el otro progenitor, pueden dejar de demostrarle afecto.

El hijo queda entonces con una deprivación afectiva que lo desconcierta y que no sabe cómo manejar. Abandonan también el rol normativo porque juegan un concurso perverso de quién permite más, quien premia más, y los niños y adolescentes quedan a la deriva.

 Esta deprivación normativa es la que lleva a situaciones de conductas inadecuadas, con manipulaciones, mentiras, que el hijo realiza con la finalidad de obtener beneficios, o con la ilusión de que sus padres vuelvan a unirse.

Los progenitores pueden tomar a los hijos como confidentes, relatando las causas, consecuencias y detalles de la separación, o como mensajeros, con el eterno lleva y trae de pedidos, protestas, recriminaciones hacia uno y otro, a través del hijo. Las críticas, los comentarios hirientes o descalificativos, muchas veces denigrantes, hacia el otro progenitor es un hecho aparte. El mismo maestro que cité antes decía: “Cuando un progenitor crítica al otro, está criticando a la mitad de su hijo”.

Escucho diariamente la queja de los chicos y chicas: “No quiero que mi madre/padre hable mal de mi padre/madre. ¿No entiende que yo lo/la quiero igual?”.

 Estas conductas tienen en ocasiones un corolario extremo: no permitir que el hijo vea al otro progenitor, llegando a denostarlo de tal manera que el hijo crea sinceramente que no es necesario en su vida.

Son los hijos rehenes.

Se le ha dado diferentes nombres a este hecho, todos controversiales. Por eso, yo le he dado un nombre que no es discutible para mí, simplemente porque responde a mi propia experiencia en consulta. Lo denomino “Impedimento de contacto con el progenitor no conviviente y su familia, sin razón que lo justifique”.

Denominación larga, y sin sigla. Su ventaja es que describe hechos: hay un progenitor que convive con el hijo y que pone obstáculos constantes a la relación con el progenitor que no convive. Y con la familia de ese progenitor. Y todo ello sin una causa que lo justifique: violencia, abuso, delito, que hayan sido probados.

Los hijos tienen derechos, estampados en la Convencional de Derechos del Niño y en nuestro propio Código de Niñez y Adolescencia, de mantener contacto con sus familias, con ambas. El Código no impone restricciones a este derecho: no es una contrapartida de la cuota por alimentos, ni de la división de bienes.

Es un DERECHO DEL HIJO. Los niños y los adolescentes no disponen de las herramientas para hacerlos valer. Por eso somos los adultos quienes tenemos la obligaciones de tutelar esos derechos. Y si un progenitor no cumple con alguno de sus roles, el otro debe intentar por todos los medios que lo haga. Ejemplo: si no pasa la cuota de alimentos hay que reclamar en la Justicia.


De Perogrullo, ¿no?

No, no tanto.

Escucho diariamente las respuestas más insólitas a mi pregunta: “No, no pasa, pero si no quiere, no se puede obligar”, “Eso tiene que ser por su voluntad, no voy a perder tiempo y plata en un juzgado”. Y lo mismo con respecto al contacto con los hijos: “Y bueno, si no siente ganas de verlo, no se puede obligar”, “Si no los quiere, ¿qué le voy a hacer?” Por supuesto que veo en consulta madres que se han puesto a los hombros la crianza de sus hijos, con padres que se han desentendido de ellos. Lo contrario también sucede, menos pero sucede.

Y va en aumento.

Pero también veo padres que no están presentes porque no los dejan, y que han agotado instancias de intento de contacto, sin suerte. Y esos son mayoritariamente padres varones. Yo soy hija de la revolución cultural de los ‘70: por eso deseo que madres y padres puedan estar presentes en las vidas de sus hijos, independientemente de su situación civil o afectiva.

 Que ambos cumplan esos roles parentales, porque a ellos se comprometieron al tener a sus hijos. Como terapeuta familiar, veo jóvenes y adultos que siguen sufriendo el menoscabo y desprecio que vieron que uno de sus progenitores hacia sentir al otro. El nivel de dolor que esto conlleva es inmenso.

 Y la solución no es fácil, porque cuando estas situaciones se cronifican, se enquistan en la cultura y en el imaginario familiar, es necesario un trabajo titánico para echarlas abajo. Y condicionan el futuro de hijos e hijas, que visualizan la vida de pareja y de familia como un campo de batalla, en el que todo vale con el propósito de herir a quien una vez fue elegido y amado.

Dra. Laura Batalla Flores


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